Un niño que ha contraído piojos (Pediculus humanus) no supone ningún riesgo para su salud, ni tampoco es signo de mala higiene y los piojos en sí no propagan enfermedades. El mayor daño parece ser la estigma social y la ansiedad de albergarlos.
Según la Academia Americana de Pediatría, la infestación es común en niños de 3 a 12 años y ocurre independientemente del nivel socioeconómico o las condiciones de higiene y es común en muchas partes del mundo, con una incidencia en niños de edad escolar que va desde el 2 al 52%.
Los piojos no son móviles. No pueden volar o saltar. Necesitan de un huésped y se contagia a través del contacto directo cabeza con cabeza, que es común en las escuelas, fiesta de pijamas, campamentos deportivos y actividades deportivas que ocurren entre niños. Es mucho menos común la transmisión a través de la ropa, sábanas o por compartir cepillos o peines.
La implementación de expulsar al alumno con piojos o liendres de las escuelas, ha difundido el miedo y la confusión (desinformación), con poco o nulo efecto sobre su propagación.
Los investigadores han encontrado que los padres de niños infectados sufren las consecuencias y, a menudo se sienten condenados al ostracismo, a la pérdida de su propia integridad y a la lucha contra la infección persistente que les causa estrés adicional. Frecuentemente el efecto mas problemático es el "estigma social negativo" que la propia infección, lo que provoca tratamientos excesivos, remedios caseros inocuos o no tan inocuos (pesticidas, materiales inflamables).
Aunque eficaces, los insecticidas a la larga han provocado cepas de parásitos resistentes, lo que ha llevado a recomendaciones de combinaciones terapéuticas o de tratamiento secuencial. Esta tendencia a evolucionar a la resistencia hace que su eliminación manual sea en ocasiones más efectiva. La educación de los padres sobre la biología y el control de los piojos es lo más importante y así evitar la reinfestación.
"Los piojos prefieren a todos los grupos socioeconómicos y se sienten como en su casa una vez asentados, independientemente de la salud, higiene o limpieza de sus involuntarios anfitriones. No transmiten enfermedades, todo lo que hacen es crear un alboroto desproporcionado y un estigma doloroso, peor que una mordida. Si pediatras y funcionarios escolares reaccionan con calma, los padres pueden concentrarse en el tratamiento sin ningún drama.
Contemporary Pediatrics, agosto 2013
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